Monday, June 11, 2007

María la Judía y el Baño

Sobre María la Judía no se tienen suficientes referencias claras para poder afirmar que fue un personaje real o si se trata de un pseudo-epigráfico, pues los griegos hablaban normalmente de Hermes, de Ostanes o de Pibechios sin que se refirieran a una persona en concreto sino a un personaje mítico, y en el caso de María la Judía parece que se circunscriben al pueblo judío, pues entre los manuscritos en los que figura la firma con este nombre, nos desvela Susan Ros uno de ellos, que se encuentra en la Biblioteca Nacional de Austria en el que esta escrito: “No vayas a tocar con tus manos (los materiales de la Obra), tú que no eres de la raza de Abraham, tú que no eres de nuestra raza …”Y por su parte, afirma Zósimo que los judíos explicaron estas técnicas solamente para ellos y los suyos, tratando de evitar la difusión fuera de su raza, emulando quizá a los antiguos sacerdotes egipcios.
Revista Biosophia N° 9 tomado de La Alquimia, el virtuoso arte de ennoblecer (1ª Parte)
Por Eloy Millet Monzó

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Sin duda nos encontramos ante una de las operaciones de laboratorio más antiguas de la humanidad, el baño María, que asimismo se usa hoy de forma asidua en la industria o en la cocina. Operación o aparato, la expresión baño María parece proceder del latín bajomedieval balneum Mariae, a donde tal vez se llegaría a través del francés bain-marie. De lo que no parece haber duda es en atribuir a cierta María, conocida desde la antigüedad con el apelativo de Judía o Hebrea, del invento de este sistema de calentamiento uniforme de productos.

Muy poco es lo que se conoce de María la Judía, su origen parece perderse en el origen de los tiempos, especulándose con la tradición de que era Miriam, la hermana de Moisés y del profeta Aarón. En el Antiguo Testamento se dice que Miriam y Aarón murmuraron a causa de la mujer etíope que había tomado su herma-no, y Jehová como castigo expulsó a Miriam del Tabernáculo volviéndola “leprosa como la nieve”, aunque fue sanada en siete días. (Libro de los Números, 12).
Otros la identifican con cierta María alquimista que inició a Zósimo de Panópolis, quien precisamente constituye la principal fuente de información de la descubridora del baño María. Tampoco parece clara esta asignación toda vez que cuando se ocupa de ella el propio Zósimo, nacido en la ciudad de su sobrenombre en el alto Egipto hacia el final del siglo III de nuestra era, la cita siempre en pasado, venerándola entre los que llama “sabios antiguos”, un exclusivo grupo en el que figuran Demócrito, Moisés, Ostanes, Hermes, Isis, Chymes, Agathodaemon, Pibechios, Iamblichus..., nombres míticos con más o menos de existencia real, que buscaban dar una mayor relevancia al contenido de los textos que encabezaban.

El historiador de la alquimia F. Sherwood Taylor, comenta que “uno de ellos, María la Judía, parece corresponder, en efecto, a una persona de carne y hueso y una gran descubridora de la ciencia práctica”.

El propio Panopolita extractó ciertas partes ese texto, siendo la más conocida aquella que se refiere a cierto aparato destilatorio denominado Dibikos o Tribikos (según tuviese dos o tres caños para la destilación): “He de describiros el tribikos. Porque así se llama el aparato hecho de cobre y descrito por María, la transmi-sora del Arte. Dice lo que sigue:
Háganse tres tubos de cobre dúctil un poco más gruesos que los de una sartén de cobre de pastelero; su lon-gitud ha de ser aproximadamente de un codo y medio. Háganse tres tubos así y también un tubo ancho del ancho de una mano y con una abertura proporcionada a la de la cabeza del alambique. Los tres tubos han de tener sus aberturas adaptadas en forma de uña al cuello de un recipiente ligero, para que tengan el tubo pulgar, y los dos tubos-dedo unidos lateralmente en cada mano. Hacia el fondo de la cabeza del alambique hay tres orificios ajustados a los tubos, y cuando se hayan encajado éstos se sueldan en su lugar, recibiendo el vapor el superior de una manera diferente. Entonces colocando la cabeza del alambique sobre la olla de barro que contiene el azufre y tapando las juntas con tapa de harina, colóquense frascos de cristal al final de los tubos, anchos y fuertes para que no se rompan con el calor que viene del agua del medio. He aquí la figura”:

Sherwood Taylor reconstruye en el grabado adjunto el alambique de María la Judía, sobre un modelo más rudimentario dibujado sobre 700 años después de que Zósimo escribiera el texto anterior.

El enciclopedista árabe Al-Nadim la cita en su catálogo del año 897 entre los cincuenta y dos alquimistas famosos por conocer la preparación de la cabeza o caput mortum. Parece pues clara la importancia de María la Judía desde el punto de vista de la práctica operativa, en que es maestra, y va más allá que lo que se conoce de los alquimistas griegos.
En los textos de los grandes maestros alquímicos María es consideraba como un Adepto, todavía Fulcanelli precisa más, un gran Adepto: “Se disputan los manuscritos de los grandes adeptos ... Los libros de Morieno, de María la profetisa”. Estimando que parece fuera de duda que realizó la Obra: “Cuando los filósofos se reunieron ante María, algunos de ellos le dijeron: bienaventurada seáis María, porque el Divino secreto escondido, sea por siempre honrado, os ha sido revelado”.
Los árabes la conocieron también por Hija de Platón, nombre que en los textos alquímicos occidentales estaba reservado para el azufre blanco, primer estado de la tintura al blanco salida directamente de la flor cuyos cinco pétalos se ven en el grabado superior. María pasa así a ser identificada con la materia que trabaja.
El grabado situado a la cabecera de la reseña está sacado de la plancha 17 del “Viridianum Chymicum” y representa a Maria Hebraea con la leyenda: “La hierba real triunfante que es llamada mineral”

Susan Ross ha tratado de indagar sobre la posible existencia real de esta María la Judía, indicando que en función de los datos que aportan los llamados “alquimistas griegos” parece aventurado confirmar que se trata de un personaje de carne y hueso. En principio no se advierten desvaríos extraños ni virtudes míticas, claro que Zósimo y compañía hablaban también con toda naturalidad de Hermes y de otros personajes míticos. Además no tenemos referencias directas de nadie que haya sido contemporáneo suyo.
Atendiendo sin embargo a los textos que han llegado a nuestros días con la firma de María la Judía, presume esta autora, con todas las reservas sobre estas obras, que estamos ante un personaje no real. El más importante de todos la “Discursión entre María, hermana de Moisés, y Arón”, también conocido como “Práctica de María” que es el más interesante y el que más datos aporta.

José María de Jaime Lorén (2003)

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